lunes, 19 de octubre de 2015

Fábula del dragón y el fénix

Una vez hubo un dragón, dedicado a mantener en equilibrio el mundo, en cierta armonía. Pero esta armonía no gustaba a un fénix porque no le permitía libertad, así que fué a hablar con el dragón y le dijo que liberara al mundo de la armonía que nada dejaba aparecer y nada desaparecer.

El dragón se negó rotundamente, totalmente convencido y dedicado a su causa, y viendo que el fénix hacía peligrar la armonía lo mató. Pero como nada podía desaparecer de ese mundo, el fénix renació y volvió a pedir libertad, pues esa era su naturaleza, nacida de la propia falta de libertad.

Una y otra vez murió el fénix a manos del dragón y una y otra vez se levantó a reclamar libertad. El dragón, cansado de ello y temeroso de perder el control sobre el mundo, decidió destruir el mundo al completo y crear uno en el que no tuviera cabida el fénix.

El fénix se enteró y decidió sacrificar su existencia a cambio de mantener la del mundo, para salvar lo bueno que se podía conseguir de él, pues sabía que en el nuevo mundo empeoraría. Ambos querían la desaparición del fénix, pero cada uno para un objetivo muy distinto.

El dragón, finalmente consternado e impresionado, tomó por última vez la vida del fénix y esparció sus cenizas por todos los rincones del mundo, consciente de que el fénix no podía desaparecer por completo, regándolo así de libertad.

Así llegó a prosperar un pueblo que dejó de lado parte de sus limitaciones como seres del mundo armónico. Pero su naturaleza armónica iba contra la libertad y el pueblo sufría, pues ésta ya era parte de su esencia. No estaba en su existencia ya sólo la esencia del dragón, también la del fénix que clamaba libertad.

Al ver cómo este pueblo nacía y moría sin conseguir su libertad, el dragón concedió al fénix su deseo y se presentó ante el pueblo para otorgarles la libertad absoluta, el total despego de la armonía. Y el pueblo respondió que no era tarea ya del dragón dar la libertad, que era el sentido de la formación del pueblo el conseguirla para todos los individuos, que ellos la conseguirían por sí.

Así el pueblo repitió entre ellos en muchas variaciones no tan distintas la historia del fénix y el dragón, una y otra vez, esperando ser ceniza algún día para su futuro de libertad.


Y así es como yo, hijo del dragón, pero heredero de las cenizas del fénix que unieron a mi pueblo, y de las cenizas de éste, escribo las palabras que arderán y serán cenizas para hacer crecer al pueblo que ha de llegar, logrando al fin la verdadera armonía, conjunción definitiva entre el fénix y el dragón, la libertad.


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