"Libertad de expresión",
tres palabras con las que se llenan a montones las bocas de las
gentes de hoy en día en nuestra sociedad cosmopolita, o globalizada
más bien, occidentalizada diría si acaso mejor. Tres palabras que
vienen a defendernos como grueso escudo, tres palabras que morimos
por defender, tres palabras que arrojamos como ponzoñosa flecha los
unos a los otros.
Cierto es que ha estado la libertad de
expresión moribunda, encarcelada, agonizando por su desuso. Ahora
que la conquistamos finalmente o al menos ponemos la bandera de la
sociedad, si acaso a veces la del individuo, en una buena posición
pensando que está el problema a punto de acabar, ahora que la
tenemos entre nuestras manos pareciera que escapara entre los dedos
que rápidamente se afanan en hacerla volver empeorando así la
situación.
Hoy, con la libertad de expresión
cargándonos a cuestas, derribamos sus propias fortalezas, quemamos
sus templos y la hacemos sierva bajo nuestras botas. Estamos en una
situación donde esgrimimos esas tres palabras que no son nada más
que un mal esbozo del original para dañar, precisamente, al
contenido de esas tres malditas palabras.
Hoy, podemos decir cuanto queramos y
como queramos esgrimiendo esas tres palabrejas que a mí me dan
risa... ¡Y qué más da! ¡La libertad de expresión ha llegado a la
ciudad! ¡Decid cuanto querais! ¡Imponed el tiro de la primera
piedra que encontreis! ¡Nadie puede deteneros, la libertad de
expresión es arma y escudo!
Aquí llegan entonces arrojando piedras
y diciendo "¡Abrid vuestros oídos, pues la libertad de
expresión os obliga a aguantar mis pedradas!" Cualquiera puede
arrojar piedras, con filo o sin él, de cualquier color, forma y
tamaño. Pero arrojar una piedra sólo porque tienes una honda, sin
dar explicación alguna de la razón por la que la arrojas, más aún,
sin tener una razón para arrojarla, no es libertad de expresión, es
la tiranía de la palabra, es perder el respeto, en el sentido más
honorable de esta palabra.
Pero hay que cuidarse, sí, incluso
estos borregos que se creen pastores tienen que cuidarse, porque
vienen los lobos con la boca llena de fieros colmillos de piedra y
los ojos ciegos con las pupilas deformadas, o tal vez con una forma
muy delimitada, la forma de organizaciones, lobbies, grupos y malas
gentes que enarbolan banderas de sociedad que sólo ellos pueden
sostener. Vienen rabiosos a morder y desintegrar al individuo, no
queda más piedra que la de sus colmillos. A estos lobos no se les
puede lanzar piedras, pues si la libertad de expresión nos lo
concede hasta límites vomitivos, ahora, la "libertad de
expresión", esas simples palabrejas, nos estorban y hacen de
escudo para los hambrientos lobos.
El individuo puede expresarse, puede
expresarse hasta construir horrendas esculturas parodia de humano y a
la vez copia perfecta encarnada de él mismo. Pero nunca contra
alguien que pueda responderte "¡Atentas contra la libertad de
expresión!", y es lo que ladran, no aúllan, sino ladran
continuamente estos rebaños, sí, rebaños, rebaños de lobos, pues
entonces morirás apedreado, sí, apedreado y no ya mordido. ¡Déjate
morder por el lobo o lanza una piedra y recibe mil!
Queríamos la libertad de expresión
para que el individuo pudiera exclamarse y sirve ahora al poder
fáctico de los grupos para callar a los individuos que tienen el
poder de hablar no sólo por ley, ¡lo tienen por naturaleza! ¡Pobres
ovejas que están encerradas creyéndose pastores! ¡Y no sólo por
sus perros, también por sus ovejas!
¡Quien quiera entender entenderá,
quien quiera callar que calle y quien quiera gritar que grite! ¡Que
vengan ya los lobos fieros aullando respeto y mordiendo con él! ¡Que
vengan y no callen que tampoco ha de hacerlo mi honda cargada no con
piedras sino con la voluntad de disolver su rebaño!