Cuando uno es niño, cuánta libertad,
cuánta igualdad, cuánta sinceridad. Pero no pasa mucho tiempo para
que, al crecer, aún sin dejar de ser niños, las perdamos. Cuando
crecemos empezamos a sentir el mundo muy pequeño, a resignarnos y a
rebelarnos. Cuando crecemos empezamos a interiorizar los prejuicios
de nuestro alrededor, a despreciar por cosas que nunca nos habían
importado, a separar. Cuando crecemos empezamos a mentir, a ocultar
cosas, a guardar secretos.
Es imposible no darse cuenta de la
influencia de nuestro entorno, nuestra cultura, nuestra educación.
No surge el principio de un racismo, un sexismo, de la discriminación, hasta que no descubrimos, o nos descubren, que a las personas "menos
semejantes a ti" hay que tratarlas peor que a las "más
semejantes". No queremos más libertad de la que tenemos hasta
que no nos privan de ella, nos castigan, nos controlan. No hay
necesidad de mentir, ocultar cosas o arrepentirse hasta que no
descubrimos, o nos descubren, que sólo tenemos que hacer "lo
que está bien".
Nuestra cultura nos roba la libertad,
la igualdad y la sinceridad. Nuestra cultura las redefine de un modo
a veces estúpido, a veces cruel, a veces autoconservador, a veces
todas ellas. Son los niños más pequeños, por ello, quienes mejor
son capaces de sentir el mundo humano. Para ellos libertad y
sinceridad son una, hacen lo que les apetece porque realmente les
apetece. Y la igualdad es una palabra estúpida en su mundo, para
ellos todos los niños son hermanos, todos son niños con quienes
jugar y divertirse, no les importa si uno es musulmán y otro judío,
si uno es amarillo y otro albino, si uno es niño y otro niña, si
uno es rico y otro pobre. Están libres de prejuicios y eso los hace
aún más libres.
La inocencia de la niñez que aún no
ha sucumbido a los valores inculcados por la sociedad es el elemento
que más felicidad, en el sentido simple de la palabra, puede
otorgar. Incluso su contemplación pareciera que nos hace felices a
quienes ya no podemos ser niños del todo.
A una sensación parecida debía
referirse Rousseau con su utilización del "Buen salvaje"
para venir a mostrar que somos, que el hombre es, "bueno"
por naturaleza y que es la sociedad la que nos corrompe y hace surgir
"la maldad". En parte estoy de acuerdo con él, estoy de
acuerdo en que la sociedad nos cambia, en que la sociedad nos da
valores que generalmente llamamos "malos" y nos roba los
que generalmente llamamos "buenos".
Pero estaba muy equivocado por otra
parte, pues ¿qué es el hombre si no está en sociedad? Ya decía
Aristóteles que el hombre es un Zoon Politikón, un animal de la
polis, de la ciudad, de la sociedad. Por eso es que hay que buscar
nuestros "buenos valores" en sociedad, como hombres, pues
podemos dejar de ser niños para ser bestias o para ser hombres, y
ser hombre, ser Zoon Politikón es el mejor tipo de bestia que
podemos llegar a ser, pues no podemos ser dioses.
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