martes, 12 de mayo de 2015

La inocencia de la niñez: Rousseau vs Aristóteles

Cuando uno es niño, cuánta libertad, cuánta igualdad, cuánta sinceridad. Pero no pasa mucho tiempo para que, al crecer, aún sin dejar de ser niños, las perdamos. Cuando crecemos empezamos a sentir el mundo muy pequeño, a resignarnos y a rebelarnos. Cuando crecemos empezamos a interiorizar los prejuicios de nuestro alrededor, a despreciar por cosas que nunca nos habían importado, a separar. Cuando crecemos empezamos a mentir, a ocultar cosas, a guardar secretos.

Es imposible no darse cuenta de la influencia de nuestro entorno, nuestra cultura, nuestra educación. No surge el principio de un racismo, un sexismo, de la discriminación, hasta que no descubrimos, o nos descubren, que a las personas "menos semejantes a ti" hay que tratarlas peor que a las "más semejantes". No queremos más libertad de la que tenemos hasta que no nos privan de ella, nos castigan, nos controlan. No hay necesidad de mentir, ocultar cosas o arrepentirse hasta que no descubrimos, o nos descubren, que sólo tenemos que hacer "lo que está bien".

Nuestra cultura nos roba la libertad, la igualdad y la sinceridad. Nuestra cultura las redefine de un modo a veces estúpido, a veces cruel, a veces autoconservador, a veces todas ellas. Son los niños más pequeños, por ello, quienes mejor son capaces de sentir el mundo humano. Para ellos libertad y sinceridad son una, hacen lo que les apetece porque realmente les apetece. Y la igualdad es una palabra estúpida en su mundo, para ellos todos los niños son hermanos, todos son niños con quienes jugar y divertirse, no les importa si uno es musulmán y otro judío, si uno es amarillo y otro albino, si uno es niño y otro niña, si uno es rico y otro pobre. Están libres de prejuicios y eso los hace aún más libres.

La inocencia de la niñez que aún no ha sucumbido a los valores inculcados por la sociedad es el elemento que más felicidad, en el sentido simple de la palabra, puede otorgar. Incluso su contemplación pareciera que nos hace felices a quienes ya no podemos ser niños del todo.

A una sensación parecida debía referirse Rousseau con su utilización del "Buen salvaje" para venir a mostrar que somos, que el hombre es, "bueno" por naturaleza y que es la sociedad la que nos corrompe y hace surgir "la maldad". En parte estoy de acuerdo con él, estoy de acuerdo en que la sociedad nos cambia, en que la sociedad nos da valores que generalmente llamamos "malos" y nos roba los que generalmente llamamos "buenos".

Pero estaba muy equivocado por otra parte, pues ¿qué es el hombre si no está en sociedad? Ya decía Aristóteles que el hombre es un Zoon Politikón, un animal de la polis, de la ciudad, de la sociedad. Por eso es que hay que buscar nuestros "buenos valores" en sociedad, como hombres, pues podemos dejar de ser niños para ser bestias o para ser hombres, y ser hombre, ser Zoon Politikón es el mejor tipo de bestia que podemos llegar a ser, pues no podemos ser dioses.

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