¿Y si me pongo a contar una historia
sobre mí mismo? Si lo hago, ese Yo de la historia no puedo ser Yo,
pues estoy contando la historia, no viviendola. El pasado ya no
existe más, y mis recuerdos no son mi presente, mi único momento de
existencia. Sin mencionar que los recuerdos muchas veces no se
corresponden con los hechos tal y como sucedieron.
Cuando uno se mira no está realmente
viéndose, está mirando a un Yo que fluye continuamente, que muta y
se transforma en sí mismo a cada momento. En la introspección, en
la reflexión, uno se vuelva sobre sí y podríamos decir que ese Yo
mirado no es el Yo que mira, ya que el Yo mirado no se está mirando.
Así, entonces, no podríamos nunca
hablar de un Yo, sólo de alguien que ya no existe y del que
devenimos. Pero no devenimos de la nada, somos algo que deviene en
otro algo y al momento deja de ser. Es un continuo autodevenir y la
reflexión nos ayuda a que la proyección que hacemos de nosotros
mismos, lo que somos, sea más valiosa, más refinada.
La reflexión nos da una consciencia
del Yo, permitiendo así que realmente exista ese Yo, que no seamos
gente sin identidad que vaga por el mundo sin saber dónde tiene los
pies. La reflexión es lo que permite descubrir que puedo contar una
historia de mí mismo, la reflexión me descubre, la reflexión trae
el Yo y trae el Otro.
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