lunes, 16 de marzo de 2015

Lapidación a un tiro de piedra

"Libertad de expresión", tres palabras con las que se llenan a montones las bocas de las gentes de hoy en día en nuestra sociedad cosmopolita, o globalizada más bien, occidentalizada diría si acaso mejor. Tres palabras que vienen a defendernos como grueso escudo, tres palabras que morimos por defender, tres palabras que arrojamos como ponzoñosa flecha los unos a los otros.

Cierto es que ha estado la libertad de expresión moribunda, encarcelada, agonizando por su desuso. Ahora que la conquistamos finalmente o al menos ponemos la bandera de la sociedad, si acaso a veces la del individuo, en una buena posición pensando que está el problema a punto de acabar, ahora que la tenemos entre nuestras manos pareciera que escapara entre los dedos que rápidamente se afanan en hacerla volver empeorando así la situación.

Hoy, con la libertad de expresión cargándonos a cuestas, derribamos sus propias fortalezas, quemamos sus templos y la hacemos sierva bajo nuestras botas. Estamos en una situación donde esgrimimos esas tres palabras que no son nada más que un mal esbozo del original para dañar, precisamente, al contenido de esas tres malditas palabras.

Hoy, podemos decir cuanto queramos y como queramos esgrimiendo esas tres palabrejas que a mí me dan risa... ¡Y qué más da! ¡La libertad de expresión ha llegado a la ciudad! ¡Decid cuanto querais! ¡Imponed el tiro de la primera piedra que encontreis! ¡Nadie puede deteneros, la libertad de expresión es arma y escudo!

Aquí llegan entonces arrojando piedras y diciendo "¡Abrid vuestros oídos, pues la libertad de expresión os obliga a aguantar mis pedradas!" Cualquiera puede arrojar piedras, con filo o sin él, de cualquier color, forma y tamaño. Pero arrojar una piedra sólo porque tienes una honda, sin dar explicación alguna de la razón por la que la arrojas, más aún, sin tener una razón para arrojarla, no es libertad de expresión, es la tiranía de la palabra, es perder el respeto, en el sentido más honorable de esta palabra.

Pero hay que cuidarse, sí, incluso estos borregos que se creen pastores tienen que cuidarse, porque vienen los lobos con la boca llena de fieros colmillos de piedra y los ojos ciegos con las pupilas deformadas, o tal vez con una forma muy delimitada, la forma de organizaciones, lobbies, grupos y malas gentes que enarbolan banderas de sociedad que sólo ellos pueden sostener. Vienen rabiosos a morder y desintegrar al individuo, no queda más piedra que la de sus colmillos. A estos lobos no se les puede lanzar piedras, pues si la libertad de expresión nos lo concede hasta límites vomitivos, ahora, la "libertad de expresión", esas simples palabrejas, nos estorban y hacen de escudo para los hambrientos lobos.

El individuo puede expresarse, puede expresarse hasta construir horrendas esculturas parodia de humano y a la vez copia perfecta encarnada de él mismo. Pero nunca contra alguien que pueda responderte "¡Atentas contra la libertad de expresión!", y es lo que ladran, no aúllan, sino ladran continuamente estos rebaños, sí, rebaños, rebaños de lobos, pues entonces morirás apedreado, sí, apedreado y no ya mordido. ¡Déjate morder por el lobo o lanza una piedra y recibe mil!

Queríamos la libertad de expresión para que el individuo pudiera exclamarse y sirve ahora al poder fáctico de los grupos para callar a los individuos que tienen el poder de hablar no sólo por ley, ¡lo tienen por naturaleza! ¡Pobres ovejas que están encerradas creyéndose pastores! ¡Y no sólo por sus perros, también por sus ovejas!


¡Quien quiera entender entenderá, quien quiera callar que calle y quien quiera gritar que grite! ¡Que vengan ya los lobos fieros aullando respeto y mordiendo con él! ¡Que vengan y no callen que tampoco ha de hacerlo mi honda cargada no con piedras sino con la voluntad de disolver su rebaño!

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