La maldad no se encuentra en la
naturaleza. No hay plantas, animales, personas, ciudades o estrellas
que sean malas, tampoco buenas. Por ello, aunque afirmo que las
personas somos por naturaleza malas no quiero decir que se deba a que
la maldad está en la naturaleza.
Pero si no está en la naturaleza la
maldad, o la bondad, ¿Dónde está? ¿Significa esto acaso que se
encuentra en lo artificial? No, no es eso. La maldad está en los
juicios de las personas. Bueno, no es que esté en el juicio en sí,
o que hacerlo sea malo, es que no hay nada tal como maldad o bondad,
como no hay un sí o un no. Quiero decir que la maldad es el género
de los actos que juzgamos como tales.
Uno puede actuar con maldad, y esto
sería que actúa con una intención basada en su juicio (lo que
considera un acto malvado) o según un juicio sobre el juicio de
alguien más (lo que considera que alguien considera un acto
malvado). También puede uno actuar con maldad, sin tener en cuenta
su intención, teniendo en cuenta cómo juzgue el acto otra persona
que lo observa. Aunque claro que también puede tener en cuenta la
intención del que actúa (dentro de lo que cabe afirmar que se pueda
conocer realmente la intención de otro).
La maldad, pues, es relativa siempre a
un juicio, ya sea propio o ajeno, y no tiene porque coincidir con
otro juicio. El juicio siempre va a ser personal, independientemente
de lo que se declare públicamente o externamente, porque el juicio
es interno.
El juicio es una reflexión interna,
aunque pueda externalizarse total o parcialmente. Por supuesto, el
juicio siempre estará, al menos en parte, influenciado por nuestras
vivencias y experiencia, conocimiento, intención, valores, creencias
y una generalidad más de cosas. El juicio es un acto propiamente
moral, y como subjetivo que es, funda subjetiva a la moral (o
viceversa, según como se mire). Se puede afirmar, tanto por la
teoría como por la experiencia práctica que todos habremos tenido,
que no hay algo tal como una moral única, que no es esta algo
objetivo, aunque pueda, obviamente, haber grandes coincidencias y
valores fundamentales muy semejantes o incluso iguales.